
12.16.1. Ideas perversas para adoctrinar a las masas
Rubén Darío Buitrón, en su artículo “Una historia perversa” (http://rubendariobuitron.wordpress.com/2009/05/09/ una-historia-perversa/) nos trae el siguiente relato:
“Cuando la propaganda política es eficaz, es fácil convertir a seres bienintencionados en histéricos y furibundos”. Así pensaban los estrategas de la comunicación masiva durante la Primera Guerra Mundial.
Según Noam Chomsky, el más importante pensador de la izquierda estadounidense, ese momento histórico fue decisivo para institucionalizar el uso de las ideas perversas con fines de adoctrinamiento colectivo.
En aquellos años, británicos y estadounidenses se consolidaron como los geniales estrategas de una persuasión vertical basada en un cuidadosamente pensado paquete de lemas nacionalistas, reformadores y heroicos.
La victoria sobre Alemania en la I Guerra Mundial tuvo mucho que ver con el trabajo del Ministerio de Información del Reino Unido y el Comité de Información Pública de Estados Unidos.
Chomsky refiere que en ese Comité brillaba el malicioso talento del liberal Edward Bernays, creador de la influyente industria de las relaciones públicas.
Con novedosas técnicas de investigación de audiencias, Bernays y Walter Lippmann –senador demócrata- diseñaron una estructura semántica y logística que incluyó la construcción de imaginarios, el posicionamiento de tesis ideológicas y la difusión de consignas reivindicativas basadas en los deseos, las ilusiones y los sentimientos de la población.
La estrategia no solo contribuyó a ganar aquella guerra sino a transformar Estados Unidos en una de las más grandes potencias económicas y militares. El éxito de Bernays y Lippmann fue tal que un día se vieron obligados a confesar que nunca imaginaron que fuera posible convertir a una sociedad pacífica en una enfervorizada máquina de odio y revancha.
Aquel episodio se volvió un hito de la propaganda ideológica como referente de la ciencia política y mediática “destinada a un fin superior”.
Pero la poderosa maquinaria de propaganda solo pudo funcionar con una prensa alineada fervorosa y acríticamente con los “principios del bien colectivo”. Y como le era imprescindible llenarse de contenidos sociales, sedujo las conciencias de intelectuales progresistas (los que “se comunicaban con el pueblo y entendían la realidad”) con un discurso intolerante y excluyente: “Nosotros somos los inteligentes y buenos. Los otros son los estúpidos y necios. En consecuencia, debemos controlarlos por su propio bien”.
12.14.2. Empoderamiento fascista en Europa
Años después, los nazis con Adolf Hitler a la cabeza, aprendieron la lección británica y estadounidense.
Hitler, quien fuera nombrado canciller alemán el 30 de enero de 1933, comenzó desde un inicio a trabajar por tener todos los poderes. Hitler decretó nuevas elecciones en medio de una intensa y asfixiante propaganda nazi. Poco tiempo antes de los comicios, el edificio del Reichstag fue incendiado. Entonces Hitler culpó a los comunistas, sugiriendo que el incendio era el comienzo de la revolución y sembró el pánico con el objetivo de obtener un mayor caudal electoral. Finalmente, las elecciones le otorgaron el control del Parlamento, el que poco después aprobaba una ley que establecía una dictadura a través de medios democráticos.
Hitler impuso desde entonces un gobierno centrado alrededor de su figura, basado en el principio del líder o “Führer”. Según este principio político, el Führer quedaba identificado con el pueblo («era» el pueblo), y sólo él conocía y representaba el interés nacional. Esta representación del pueblo por el líder era esencial: no suponía ningún procedimiento de consulta y delegación del poder.
Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda fue el artífice de lograr que muchos intelectuales progresistas llegaran a creer en su proyecto hasta convertirse en instrumentos del “aparato superior de pensamiento”, es decir, de quienes se atribuían la “misión histórica” de conducir a su país a constituirse en el III Imperio Alemán o el Tercer Reich.
Gracias a los medios impresos e intelectuales autocalificados como “patrióticos”, la propaganda nacionalsocialista convirtió a millones de alemanes en una masa no deliberante, enceguecida y furibunda. Y renunciaron a la libertad por la “seguridad” que les prodigaba el Führer.
De otra parte, Benito Mussolini, también conocido como el “Duce”, promovió el fascismo dentro de Italia. Durante su mandato estableció un régimen cuyas características fueron el nacionalismo, el militarismo y la lucha contra el comunismo, los judíos y el capitalismo, combinadas con la estricta censura y una profusa propaganda estatal. Mussolini con poderes totalitarios se convirtió en un estrecho aliado del canciller alemán Hitler, sobre quien había influido. Bajo su gobierno, Italia entró en la II Guerra Mundial en junio de 1940, como aliado de la Alemania Nazi.
A través de la propaganda, como la que se desarrolló en la Alemania Nazi, capitalizó el sentimiento de insatisfacciones y resentimientos contra los judíos, comunistas, capitalistas, Francia, Gran Bretaña y los EE.UU. Ese descontento se manifestó en continuas huelgas y protestas y marchas de obreros, campesinos y jóvenes. A éstos se unieron veteranos retornados del frente de la I Guerra Mundial, ante lo cual Mussolini fomentó el odio y venganza contra los “culpables” del descalabro social.
Vale anotar, que el nazismo había tomado una gran parte de la base ideológica del fascismo que se desarrolló originalmente en Italia con Mussolini. Ambas ideologías participaron del uso político del militarismo, el nacionalismo, el anticomunismo, la aprobación de la violencia como método político y el empleo de fuerzas paramilitares como apoyo del régimen, y ambas estaban destinadas a la creación de una dictadura dirigida por el Estado.
12.14.3. Fascismo en la Argentina de Perón
A propósito de los vientos totalitarios que soplan por algunos países de Latinoamérica, entre los que se inscribe el Ecuador, Gabriela Calderón (El Universo, 27 enero 2010) hace una reflexión alrededor del fascismo en Argentina.
Calderón reseña que a diferencia del comunismo que elimina la propiedad privada, el fascismo permite que esta exista nominalmente. En la práctica, el Estado usa y dispone de la propiedad de cada ciudadano. Por ende, tanto el fascismo como el comunismo han compartido un enemigo común: el liberalismo. Bajo esa óptica se concibe la biografía de Juan Domingo Perón escrita por el historiador argentino José Ignacio García Hamilton.
El autor García, anota Calderón, narra la traumática niñez y adolescencia de Perón, el hijo ilegítimo de una indígena y un descendiente de europeos que entra a las fuerzas armadas de Argentina en busca de ascender de estatus social. Habiendo obtenido el grado de coronel, es enviado a Italia donde le atrajo “el Duce” (Mussolini) porque el fascismo en ese entonces se consideraba como la “tercera posición” entre el capitalismo y el comunismo.
Luego de regresar a Argentina, Perón se catapulta al escenario político como jefe de la Secretaría de Trabajo y Previsión y desde ahí se encargó de fomentar la creación de sindicatos bajo el auspicio de su Secretaría. Esos dirigentes y sindicatos quedaron “estrechamente agradecidos y ligados al coronel”.
Alrededor de esta época Eva Duarte entró en la vida de Perón, quien después se convertiría en su esposa. Además de compartir el trauma de ser hijos ilegítimos, García Hamilton dice que Eva y Perón compartían una ambición desmedida por el poder.
El control de la prensa local ocupó la atención personal de Evita. Intervino en la oficina de prensa del gobierno para dirigir la censura. García Hamilton recuerda que se llegó a decir en la revista Life que Evita “ocupaba en el régimen de Perón el mismo papel que la mujer de Goering, también actriz, había jugado en la Alemania de Hitler”.
Durante el primer gobierno de Perón, Evita llegaría a tener una cadena de periódicos oficialistas llamada ALEA. Solamente estos periódicos tenían papel sin restricciones mientras que los opositores debían publicar en pocas páginas con letras diminutas para aprovechar el espacio.
De pronto “Faltaba la carne en el país de las vacas”, cuenta García Hamilton. Perón reaccionó alentando a sus seguidores a emprender actos vandálicos en contra de todo lo que considerasen opuesto al régimen”.
Judíos, váyanse a Moscú” gritaba una masa enfurecida que terminó por encender en llamas, entre otros edificios, el Jockey Club, a cuyo responsable los bomberos le dijeron que no tenían “órdenes de apagar ningún incendio en el Jockey Club”. El diario peronista Democracia elogiaría el incidente al día siguiente: “llamas purificadoras”.
En agosto de 1953, Perón dijo: “La consigna para todo peronista es contestar a una acción violenta con otra más violenta. Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos”.
12.16.4. Construcción del totalitarismo fascista en el Ecuador
En Ecuador, destaca Calderón, hemos presenciado durante este Gobierno de “revolucionarios”, preocupantes atropellos a la separación de poderes y provocaciones a la violencia bajo el auspicio de un líder que, como Perón, parece no aceptar límites a su poder. Muchos argentinos estuvieron dispuestos a sacrificar su libertad a cambio de la seguridad que supuestamente les proveería ese líder providencial. Aquí, muchos ecuatorianos ya han hecho lo mismo.
De otra parte, Calderón se lamenta que en el Ecuador no se promueva la unidad nacional, lo cual en cambio si ocurre en tratándose de Chile, por ejemplo.
Calderón destaca (El Universo, 20 enero 2010) que nada de esto sucede en nuestro país. Aquí pareciera que solo importa la regla de la mayoría. Se aplica la fórmula de 50%+1=100 y 50%-1=0. La aplicación de esta regla suele menospreciar y, eventualmente, violar los derechos de los individuos que están en la minoría.
Calderón anota: Lord Acton decía que “La prueba más segura para juzgar si un país es verdaderamente libre y democrático, es el grado de seguridad del que gozan las minorías”. En esto, Giovanni Sartori explica que el derecho a cambiar de opinión de cada miembro de la mayoría depende de la libertad de las minorías a disentir sin miedo a ser reprimidas.
Por eso es legítimo y saludable que hayan legisladores, periodistas, intelectuales, cantantes, amas de casa, etcétera, que se opongan (incluso públicamente) a leyes propuestas por el oficialismo o que fiscalicen los actos del gobierno de turno.
En Chile hay una nueva minoría –aquellos que apoyan a la Concertación– y el gobierno de la nueva mayoría de la Coalición empieza por reconocerle a esa minoría su derecho a participar en el cambio y a fiscalizar su gobierno. Aquí en el Ecuador, en cambio, si un legislador de oposición fiscaliza al Gobierno, se lo descalifica porque está tratando de “desestabilizarlo”.
El ejemplo más drástico del trato del Gobierno de Correa con la oposición se dio hace tres años. Los legisladores de oposición, autoridades elegidas por voto popular al igual que el ejecutivo, fueron destituidos y a la fuerza de manera inconstitucional y con el aval público del Presidente.
El mensaje que se envió con la eliminación de la oposición en el 2007 sumado a los constantes ataques a cualquier miembro u organización de la sociedad civil que no comulga con el oficialismo es el siguiente: Aquí no se tolera la disidencia, se la elimina incluso violando la ley suprema.
Mientras que Chile le muestra al mundo la madurez política de un sólido respeto entre fuerzas políticas opositoras, nosotros en Ecuador hemos acabado con cualquier indicio de institucionalidad.
Calderón señala: Sartori decía que “cuanto más sean suplantadas las estructuras constitucionales, tanto más se llega a un poder absoluto en nombre del pueblo”. Pero, agregaba: “Para que el pueblo ‘tenga poder’ (en serio) la condición irrenunciable es que el pueblo impida cualquier poder ilimitado”. ¿Se acuerdan de los plenos poderes que los ecuatorianos le entregaron al gobierno de Rafael Correa por mayoría aplastante en 2007? Me atrevo a decir que Sartori diría que ese día, con ese voto, falló la vocación democrática de una mayoría de los ecuatorianos.
Lo dicho, debería preocuparnos, porque a más de los maltratos que se da a la oposición en estos 3 años de “revolución ciudadana” y que continuaría a futuro, se cierne amenazas fascistas al sistema, por: la concentración de poderes, el vasallaje del legislativo, judicial, militar, de control y fiscalización a la influencia y poder del Ejecutivo; también, el dispendio clientelar del gasto público, el insulto, las injurias y la descalificación que el Ejecutivo prodiga a sus opositores y la prensa en los enlaces sabatinos de Correa.
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