
Por Thalía Flores
Diario Hoy 17 diciembre 2009
Desde la tarima mediática que los sofistas de Carondelet le han montado usando la moderna tecnología, semana tras semana, el presidente de la República ordena, dispone y amenaza.
En varios pasajes de sus alocuciones, Rafael Correa deja de ser presidente elegido en las urnas, para convertirse en una suerte de príncipe del medioevo, que decide sobre lo divino y lo humano; sobre el presente y el futuro de sus súbditos, a lo que parece haber reducido a los ciudadanos.
Desde que tiempo atrás declaró que como jefe de Estado está sobre todos los poderes, actúa en consecuencia. Interviene en la Justicia emitiendo criterios sobre una instrucción fiscal en contra de su ministra de Salud; ordena que los asambleístas aprueben las leyes suficientes para hacerse de todos los instrumentos legales, y hasta dispone a su gusto de la reserva monetaria, desoyendo a sus propios técnicos del Banco Central.
Haciendo malabares con las palabras, ha conseguido ocultar sus enormes contradicciones: Se dice demócrata, pero en los organismos de control puso a incondicionales, que no se atreven a juzgar sus actos. Se autodefine pacifista, y destina millones de dólares para moderno armamento; se considera proletario, pero es dichoso con avión y helicóptero para su uso personal; se define como académico, pero no soporta la discrepancia.
Su convincente retórica impide que muchos logren siquiera divisar la ambigüedad de sus conceptos y ejecutorias. De esa tarea se ha ocupado la prensa y por eso hay que amordazarla, para que no siga desvelando la doble moral y la adicción al poder en que han caído quienes proclamándose izquierdistas-revolucionarios condenaban las acciones de la derecha corrupta, pero ya en el poder repiten esos repudiables vicios.
Convencidos de que en la actualidad la política es más un mundo de percepciones que de realidades, Correa y los sofistas han montado una cruzada con el fin de derrotar lo que llaman "el poder mediático de la prensa corrupta", mientras en paralelo están levantando un poderoso monopolio mediático con cuatro canales de TV, decenas de radios y dos periódicos en los que se irrespetan los mismos códigos periodísticos, que reclaman incumplen los medios privados. Pero la culpa de que el Ecuador del siglo XXI se asemeje más a un principado de la Edad Media que a una democracia del siglo XXI no es solo de quien se cree predestinado para gobernar en la Mitad del Mundo con su corte de adeptos.
Los mayores responsables son quienes desdeñando su pasado y renunciado a la ética política, se hacen los desentendidos, convencidos de que su perdurabilidad en el poder depende del grado de sumisión ante el gobernante. No han dicho ni pío sobre el perverso adoctrinamiento a los niños de algunas escuelas, a quienes han uniformado con los colores y símbolos del oficialismo, aprovechándose de que son pobres. El silencio de los defensores de los derechos de los niños, confirma que para que alguien se atreva a mutar una república en principado, solo hace falta personajes que con tal de estar en el poder no les importe volverse súbditos, aunque sea renunciando a ser ciudadanos.
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